El gobernador Maximiliano Pullaro completó el viernes el triple paquete de reformas estructurales que proyectó para su primer año de gestión y ya puede levantar la copa con deseos de victoria constituyente en 2025 y reelección en 2027.

Si se observan las tres reformas se encontrará, particularmente, un punto en común: la voracidad por ganar músculo político. Con el ajuste jubilatorio se garantiza solvencia fiscal y, en consecuencia, autonomía de propios y ajenos. Con los cambios en la Corte captura el control de la cabeza del Poder Judicial, al que ya conduce en varias de sus extremidades. Con la nueva Constitución abre la puerta de otro mandato y evita transformarse en un pato rengo al tercer año en la Casa Gris.

Es nítida la pretensión hegemónica, tantas veces denunciada por los abanderados de las instituciones, que hoy forman parte masivamente del oficialismo. Gildo Pullaro, sintetizó Amalia Granata, quien apuesta a capitalizar el costo político de las reformas, en el caso de que efectivamente lo hubiera, lo cual está muy por verse. No hubo, no hay, ni habrá lloriqueo republicano en esta columna, tal como es tradición.

El debate sobre lo oportuno o inoportuno de la reforma constitucional es muy simpático, pero sólo para la tribuna, porque lo cierto es que la oportunidad la construyó el voto popular de 2023, cuando eligió a un gobernador cuyo frente alcanzó amplias mayorías en ambas cámaras. Las pocas voluntades que le faltaban a Pullaro –luego de un intenso trajín interno, es cierto- las obtuvo de fracciones de diferentes espacios opositores, como suele ocurrir en estos casos.

En el peronismo, las quejas y hasta acusaciones de traición que se lanzaron contra los diputados perottistas por cortarse solos y no responder al mandato partidario tienen escaso sustento real, al menos para cualquier ser humano que haya estado mínimamente atento a la política santafesina en el siglo XXI. Los emisores actuales de reproches pactaron incesantemente durante añares, sin ningún tipo de consulta, con los gobiernos del Frente Progresista, hoy Unidos.

En un repaso a vuelo de pájaro: decenas de designaciones de jueces, fiscales y defensores; el bloqueo a María Eugenia Bielsa en su camino a la presidencia de la Cámara de Diputados; la boleta única, expresión máxima de fragmentación partidaria; el Fondo de Fortalecimiento Institucional, más conocido como los subsidios de los senadores; el presupuesto 2020 y la intervención del plan Abre, contra la voluntad del gobierno entrante de Omar Perotti; y siguen las firmas.

El carozo del asunto es que los acusadores de hoy ya no son necesarios para el oficialismo. Sus votos, especialmente en la Cámara de Senadores, dejaron de ser imprescindibles. Perdieron el poder de fuego que ostentaron durante décadas y sus llamados no son atendidos. Son las consecuencias de la catastrófica elección del justicialismo en 2023, en la que cada uno de los segmentos jugó la suya y nada más. Pensaron que la ola no iba a llegar a sus costas y los terminó arrastrando. Así de cruel es la política.

El peronismo se asoma, ciertamente, al abismo de la balcanización suicida. La ausencia de un liderazgo ordenador, ni que hablar de alguna mecánica política que contemple los intereses de sus múltiples fracciones, proyecta hacia el año electoral próximo un escenario de atomización en la que sus componentes conservarán poco más que la pertenencia genérica al movimiento de Juan Perón. Todavía están a tiempo de frenar.

En paralelo, la Revolución Liberal del profeta Javier Milei se apresta a celebrar su primer año de gobierno, montada en niveles de popularidad inocultablemente altos, produjo de la baja de la inflación. Si ese proceso económico es poco sustentable, a nadie por fuera del mundillo le importa. Después se verá.

Los festejos pueden verse un tanto desteñidos por el tour verde dólar en Paraguay de un aliado central: el presidente de la comisión de Asuntos Constitucionales del Senado, peronista con peluca, Edgardo Kueider. Hay quienes tienen expectativas de que el escandalete dañe la imagen de las fuerzas del cielo en el electorado del PRO, que en teoría es sensible a los temas de transparencia y calidad institucional. Este columnista sugiere dejar de lado esa hipótesis: esa gente no tiene problemas con la corrupción, tiene problemas con el peronismo.