La 1-5/18 Somos uno, o ese exotismo marginal tan de moda
Desde qué lugar se produce y quiénes cuentan lo que cuentan en la nueva ficción de Canal 13. Como contrapartida, un documental que nace en el corazón de la Villa 21 en donde sus protagonistas cuentan su experiencia de hacer cine.
La 1-5/18 Somos uno es la nueva apuesta de Canal 13, una serie en la que se cuentan historias de amor, de amistad y de familias encontradas y desencontradas, cuyo principal escenario es una villa, el barrio 1-5/18, en dónde se está dando una disputa territorial entre dos bandas de narcotráfico. Todas esto convive en la barriada con un escenario repleto de carencias y un abanico de personajes de diversos orígenes y con distintas problemáticas materiales y de clase.
En su estreno el 20 de septiembre la tira protagonizada por Gonzalo Heredia, Agustina Cherri y Esteban Lamothe, logró picos de 16 puntos de rating en un auspicioso comienzo y que celebra, en buena hora, el regreso de la producción local de ficción a la pantalla chica.
El eje está puesto en las pequeñas historias individuales, de amor, despojo y enemistades que tienen a la villa y a la disputa narco como escenario, pero bien podría ser otro el lugar y otra la la contienda y las pequeñas historias individuales que construyen la trama no se verían modificadas, porque justamente no es la villa lo que se intenta mostrar o sí, pero tan sólo como un exotismo marginal que viene ganando el interés de un amplio público.
La falta de realismo en la construcción de los personajes, del barrio, del modo en que se expresan no es algo que se le pueda cuestionar a la ficción en sí. De hecho al inicio de cada capítulo se pone la leyenda conocida y que tanto los redime de hacerse cargo de cualquier discurso que engendren: “Los hechos y personajes son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.
Pero las ficciones crean imaginarios, se confunden con el trazo de lo real y a veces hasta lo terminan produciendo. Qué sentidos construyen estas propuestas en donde lo marginal, las villas, la pobreza se vende como un producto de consumo más.
Al convertir la pobreza en un objeto de consumo y entretenimiento, en verdad, lo que se hace es ocultar el hambre que suponen mostrar. Lo maquillan de melodrama y romanticismo, le ponen bellas caras, de gente bien comida, bien hablada, bien limpita. Producciones a las que les falta el olor a villa, la tierra en los zapatos, el polvillo de sus pasillos y les sobran dientes. Hay que decirlo, hay una estetización de la pobreza de un tiempo a esta parte, una moda de la marginalidad en las producciones de ficción. Pero en cada caso se produce una extrañeza al comprobar que se trata de gente hablando o contando algo que no vivieron ni van a vivir.
La cineasta argentina Lucrecia Martel en una entrevista para PlayBoy hacer referencia a esto: “Lo que habría que preguntarse es por qué tantos chicos que viven tan cómodos quieren filmar solamente la incomodidad, la tristeza y los problemas de otros lugares. Y no la fiesta, la cantidad de alegría que, a pesar de que haya carencias de un montón de cosas, hay. Ese es nuestro problema, miramos para ahí como ‘uy hay un montón de problemas’ y hay un montón de cosas que no vemos, que no las podemos ver porque no podemos ver comodidad en una casita minúscula, sin agua corriente, sin luz eléctrica. De eso nos tenemos que cuidar”.
A veces esta estetización de la pobreza puede generar algunas acciones impensadas y hacer que sus verdaderos protagonistas hablen y cuenten ellos su experiencia. Este es el caso de Julio Arrieta, un productor y manager de la Villa 21 que representa a actores “no profesionales” para satisfacer a las producciones audiovisuales nacionales e internacionales y que reclama su derecho para trabajar en aquellos relatos que intentan contarlos y de este modo crear una fuente de trabajo para que toda la gente de la villa.
"Nosotros hemos trabajado en Tumberos, Sol Negro, Disputas. Y fíjense que cronológicamente miramos todas estas filmaciones y nostros aparecemos como ladrones, hombres rudos, pero nunca en ningún momento aparecemos como héroes o abogados, porque somos portadores de cara, servimos para ciertos personajes. Podemos hacer de malos, de guardas espaldas, de ladrones. Por un lado está bien, si ellos ven que nosotros somos así páguennos por eso, pero páguennos a nostros", dice Julio Arrieta en el documental.
Sin embargo, cómo se ve en Esrellas (2007) él desde su productora, sí se animó a imaginarse como héroes y encarar sus propias ficciones. Para un relato bien de acá, no dejen de mirarla.