Milei acelera el ómnibus y atropella todo
El presidente sueña con ser Alberdi pero juega con las bases de la democracia. Delegación de facultades y DNU, el menú para la suma del poder público y el adiós al Estado de Derecho.
Con la ley ómnibus, Javier Milei acelera y quiere llevarse puesto al Congreso. Es muy sencillo de explicar: el Presidente les reclama a los diputados y senadores poderes absolutos hasta el final de su mandato.
En el artículo 3º del proyecto declara "la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria, administrativa y social hasta el 31 de diciembre de 2025" -todo eso- y pide la delegación de poderes, es decir, dictar normas, durante esos dos años de emergencia prorrogables dos años más automáticamente. O sea, todo su mandato.
Esto implicaría apagar la tecla del Congreso y que el Estado se rija por decretos del Ejecutivo. Si bien la delegación legislativa está incorporada la Reforma del 1994, debe ser para superar una emergencia y con un plazo preciso. Esto no sucede.
Pide cuatro años, poco justificables, y una emergencia que no se termina de entender. La crisis no es nueva por más urgente que requiera ser atendida y duela; incluso hasta el propio Milei dice que empezó en 2003. Por lo tanto, ¿dónde está la dimensión de la emergencia para pasar por arriba al Congreso? Además hay una amplitud e indeterminación enorme en el pedido del Presidente.
Según el constitucionalista Andrés Gil Domínguez esto es un cambio de régimen sin cumplir los requisitos de la Constitución para reformarla. “A través de un mecanismo excepcional como el DNU y la delegación legislativa, sin pasar por la lógica y límites de la Constitución, es un Golpe de Estado. No será como el que hacían las dictaduras, pero lo es, no demos vueltas”, dijo.
Si le delegan las facultades con bases tan amplias que le permitan “legislar” sobre cualquier cosa a través de DNU, cuando se le cante, esto significa la suma del poder público donde el Congreso queda en una posición residual.
No lo hizo Eduardo Duhalde en el 2002, a quien entre las llamas de un país derrotado le dieron la ley de emergencia con amplias facultades para superar una emergencia muy específica que era salir de la convertibilidad y no se excedió en nada. La crisis de 2001 era más intensa que la actual, ¿no?.
Otros mandatarios han usado -y abusado- de los DNU y delegación legislativa pero tenían respeto del juego democrático, se movían dentro de un margen que no afectaba los valores constitucionales. Pero Milei atropella en un movimiento calculado. Se envalentonó y fantasea ser Juan Bautista Alberdi. La pregunta es si haber ganado un balotaje con el 56% de votos, en una sociedad agrietada y un electorado atomomizado le da la legitimidad para borrar de un plumazo bases constitucionales.
La respuesta es no. Vale recordar que en las generales sacó el 30% y que el balotaje es otro juego donde hay mitad para cada uno y las voluntades. Hay todo un desafío: que los resortes democráticos que equilibran los poderes salten, llámese el Congreso o la Justicia, sino no habrá quién pare el ómnibus.